Por José Fernando Araya |25 de marzo de 2017, 11:03 AM

Aquella vez escuchar las direcciones del técnico Alexandre Guimaraes a sus jugadores dentro de la cancha era difícil.

Guima terminaba casi sin voz tras gritar a sus futbolistas para acomodar sus fichas.

Era difícil escuchar algo más que el bullicio de unas graderías del Estadio Nacional de Tegucigalpa o Tiburcio Carías a reventar, y no era para menos, pues más de 35 mil almas se encontraban ese día apoyando a la selección hondureña.

Y en medio de la algarabía, un dardo cruza las redes locales y el silencio apaga todo… 40 años después, Costa Rica derrotaba a Honduras 2-3 y enfriaba las aspiraciones mundialistas de los catrachos.

“El que ha vivido eso de silenciar un estadio sabe lo que ese sentimiento significa”, afirma el autor de aquella anotación, Mauricio Solís.

Coraje y carácter.

Para aquel juego, Costa Rica ya había dejado atrás algunas marcas, entre ellas un sonado "aztecazo" a México.

Es por eso que la ilusión de los jugadores y el buen nivel de juego se reflejaban en todo el territorio nacional.

Sin embargo, al frente tenía a una de las mejores selecciones de Honduras de los últimos tiempos, con nombres como Samuel Caballero, David Suazo, Milton Núñez, Amado Guevara y Francisco Pavón, que asustaban a más de uno.

Por si fuera poco, el estadio Tiburcio Carías lucía un lleno a reventar, coreando a sus héroes a más no poder. Todos sumergidos en la ilusión mundialista.

El día antes de aquel partido la locura ya se había visto reflejada en el reconocimiento de la cancha por parte de la Tricolor.

“Desde el momento que llegamos al reconocimiento de la cancha, estaban vendiendo las entradas en las afueras del estadio y recuerdo la cantidad de gente que llegó alrededor del bus de nosotros e inclusive no nos dejaban movernos.

“Toda la gente dándonos una bienvenida que no era tan buena”, recuerda Solís.

El volante de contención afirma que aquel equipo dirigido por Guimaraes estaba dispuesto a derribar a cualquier rival sin importar la cancha que fuera.

“Sabíamos lo que queríamos y la tensión del juego en ese momento era muy importante, pues la eliminatoria comenzaba la segunda vuelta”.

Sorpresa y desazón en 45 minutos.

Aquel partido comenzó similar a cualquier otro enfrentamiento ante un rival centroamericano, con mucho roce y muy luchado cada balón dividido.

Pero la suerte se vistió de blanco, azul y rojo aquel día.

En un balón largo enviado por Rodrigo Cordero, Paulo Wanchope se levantó de espaldas y anotó de cabeza ante la mala salida del portero Milton Chocolate Flores.

Y si la ventaja ya había enfriado los catrachos, el 2-0 le puso los pelos de punta a más de uno.

“Nosotros queríamos controlar a Honduras desde el inicio, queríamos que ellos no se sintieran cómodos en su campo, les quitamos y tuvimos la oportunidad de anotarles antes”, menciona Solís.

Pero el orgullo hondureño comenzó a crecer poco a poco y muy rápido empataron en el juego, primero con un penal y luego con un rebote de mala suerte de Erick Lonnis. Ambas anotaciones de Amado el Lobo Guevara.

Así terminaría la primera mitad, en ascuas y con una rígida paridad.

“No nos fuimos al descanso con un mal sabor de boca, más bien pienso que nos fuimos bien porque sabíamos que estábamos haciendo un buen juego y que los goles en contra llegaron por desatenciones y no por problemas nuestros”, añade.

Éxtasis en medio del silencio.

“Ellos son mis hijos, los gemelitos que estaban en la camiseta con la que celebré en ese gol”, afirma Solís mientras lo acompañan sus hijos Mauricio y Paula, el primero un poco más alto que él y ahora en las divisiones menores del Herediano.

Tras un breve repaso mental, el volante de contención afirma que aquel gol fue tal vez el más importante de su carrera, pues le devolvió el triunfo 40 años después a una Sele en Honduras.

“A mí ese gol nunca se me va a olvidar, el momento fue especial para mí y nunca lo voy a olvidar. Fue un momento hermoso la verdad y quisiera devolver el tiempo para volverlo a vivir otra vez”.

En una jugada incómoda, Wanchope agarra la pelota y se mete cerca del córner derecho con dos marcas encima.

“Paulo tiene la virtud de que a veces las jugadas difíciles se veían muy fáciles y las fáciles las hacía difíciles”.

Chope logra pasar el balón para Wálter Centeno, que en fracciones de segundos pasa a Solís, y este en un chispazo decide rematar, aunque fuera de pierna izquierda, su perfil menos hábil.

“Yo controlé el balón y lo único que pensé fue en rematar, nada más, no había tiempo y había muchísimos defensas delante de mí, incluso el contención de ellos estaba muy cerca. Logro evadirlo un poco con el control que tengo, la pelota me quedó de izquierda y lo que hice fue tirar…”

Tiro recto a un costado izquierdo del portero Chocolate Flores que vio con desazón la caída de su valla por tercera ocasión, así como la derrota hondureña.

Sin saberlo, Solís le anotó uno de los últimos goles al Chocolate, que lamentablemente meses más tarde fallecería asesinado en Honduras. 

Luego del gol llegó el silencio, y del bullicio se pasó a los pocos gritos de festejo por parte de los ticos.

“Después no recuerdo nada, la verdad. Pues a uno se le olvida todo… la alegría, celebrar con los compañeros, salir corriendo… el saber que nos poníamos arriba en el marcador en un estadio que estaba totalmente lleno ese día”.

Luego vino la dedicatoria a sus retoños, quienes hoy le recuerdan aquel éxito.

“Por aquel momento uno podía levantarse la camiseta y yo llevaba por debajo la foto de mis hijos, ellos son gemelos y ahora tienen 17 años. Por supuesto se lo dedicaba a ellos, pues son la inspiración de uno y en ese momento quería dedicárselos. Ahora que están grandes me lo recuerdan”.  

El 2-3 lapidario encendió el ímpetu de aquella selección que terminó clasificando de primera al Mundial de Corea y Japón 2002, marcando un antes y un después en las eliminatorias.

Aunque el propio Mauricio cree y confía en la actual Selección Nacional y ve en la garra y el coraje dentro de la cancha, las claves para volver a triunfar en Honduras.

Tal vez este martes sea el momento para volver a poner en silencio a todo un país.