20 de noviembre de 2018, 7:25 AM

Un día antes de que se jugara ese misterioso partido de la selección costarricense de fútbol pactado por Eduardo Li, en insólitas condiciones, un corpulento hombre de Mali llegó, casi de puntillas, a un hotel de San Carlos, con un maletín  repleto de dólares.

Gaye Alassane arribó temprano al hotel de San Carlos donde se alojaban los jugadores de El Salvador y Costa Rica. Pocos conocían que ese ex jugador profesional del Gombak United, uno de los clubes más importantes de Singapur, era una figura siniestra para el fútbol.

Alassane no estaba en San Carlos por casualidad: era una figura prominente de la más poderosa mafia mundial de arregladores de encuentros de fútbol, capaz de sobornar dirigentes, jugadores de todas las categorías y hasta árbitros. Fue a esa organización criminal a lo que Li le abrió las puertas en  Costa Rica.

Aunque Eduardo Li lo niegue, al menos ese 12 de octubre del 2010, día en que se arregló un partido amistoso entre El Salvador y Costa Rica, en el estadio de San Carlos,  se abrieron las puertas para que una mafia que amañó más de mil partidos en todo el planeta metiera sus manos en el fútbol costarricense.

El contrato del partido se firmó con la empresa Exclusive Sport de Singapure. Lo que a nadie se le dijo es que esa firma era controlada por un sindicato global de arregladores de encuentros de fútbol que operaba en toda Centroamérica, aunque con mayor incidencia  en El Salvador.

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Esa mafia era encabezada, en el 2010, por un ex convicto de Singapur conocido como Dan Tan aunque su verdadero nombre es  Tan Seet Eng. Este huyó, en 1974, de Singapur para salvarse de ser asesinado porque no pudo pagar una apuesta de 1.5 millones de dólares colocados en un partido del Mundial de 1994.

Pero el hombre fuerte de la empresa que contrató Eduardo Li era Wilson Raj Perumal, un hombre capaz de presentar un equipo falso enmascarado como la selección nacional de Togo en un partido amañado contra Bahrein, o de sobornar a jugadores zimbabuenses para jugar partidos  contra Tailandia, Malasia y Siria en el 2009.

Wilson Raj, a quien llaman  “el rey de los amaños”, fue quien permitió que la selección de Honduras  clasificara para el mundial de Sudáfrica en un agónico final contra la selección de El Salvador, en el estadio Cuscatlán.

Honduras ganó a El Salvador con un gol agónico de Carlos Pavón que nadie esperaba y Estados Unidos empató, casi al finalizar, a dos goles con Costa Rica. Ambos resultados dejaron a Costa Rica fuera de Sudáfrica.

En un libro autobiográfico escrito por dos periodistas italianos, Wilson Raj admitió  haber intervenido en los partidos de clasificación de la región de CONCACAF para lograr que Honduras viajara al Mundial. La noche en que Honduras ganó a El Salvador,  los costarricenses lloraron por quedar afuera de Sudáfrica.

Cuando esos encuentros eliminatorios sucedieron, la mafia de Singapur, encabezada por Dan Tan, Wilson Raj y Gaye Alassane ya operaban, compraban voluntades y arreglaban partidos de selecciones, y equipos individuales, en Centroamérica.

La contratación del partido El Salvador contra Costa Rica la movió el mafioso Alanesse, apoyado en dos nicaragüenses que cooperaban con ellos: Yasser Arauz y su amigo de la infancia Oscar Collado, éste último un ex jugador de la selección de Nicaragua reclutado mucho tiempo atrás desde Singapur.

Los dos nicaragüenses estaban acostumbrados a manejar y entregar mucho dinero a jugadores y directores del fútbol tanto en los equipos de su país como en Centroamérica.

El asunto era simple: si la mafia a la que pertenecía Alanesse acordaba, para satisfacer o vencer apostadores, que debía cobrarse un penalti al minuto diecisiete de un juego, así debía ser. A cambio de recibir una buena cantidad de dinero, ese penal se debía garantizar casi con la vida.

 El partido

La noche del 12 de octubre del 2010, Costa Rica y El Salvador jugaron un encuentro amistoso dominado, enteramente, por la mafia de apostadores de Singapur. La mafia decretó que se jugara ahí. Ellos pagaban. Ellos mandaban. Ellos ponían las reglas.

El partido se pactó y organizó, apresuradamente. El contrato se firmó apenas unos días antes del encuentro. No se produjo un buen mercadeo alrededor del encuentro. Para los apostadores no es importante que lleguen muchos aficionados.

 La carrera e improvisación alrededor del partido fue tal que ni siquiera se imprimieron entradas al estadio de San Carlos bien confeccionadas. Se emplearon tiquetes sobrantes de un anterior encuentro entre Costa Rica y Trinidad Tobago.  

A los jugadores salvadoreños los sacaron de sus casas sin que llevasen consigo los uniformes completos. El presidente de la Federación de Fútbol de ese país dijo que se trataba de jugar y aprovechar  una fecha FIFA. Pero eso no era cierto. La mafia más poderosa del fútbol arregló, en Costa Rica, un partido más con la ayuda de Eduardo Li, un ingeniero civil que padece de diabetes y pactó con las autoridades judiciales estadounidense sin detallar ese partido en San Carlos.

Los equipos alinearon de esta manera:

El Salvador: Henry Hernández, Marvin González, Mardoqueo Henríquez, Victor Turcios, Shawn Martin, Ramón Sánchez, Osael Romero, Manuel Salazar, Jaime Alas, Mark Blanco, Reynaldo Hernández, Andrés Flores. El director técnico fue José Luis Rugamas.

Costa Rica fue dirigido por Ronald González. Alineó así: Víctor Bolívar, Giancarlo González,  Gabriel Badilla, Bryan Oviedo, Ricardo Blanco, Michael Barrantes, Pablo Herrera, José Sánchez, Manfred Russell, Ever Alfaro, Biskmark Acosta.

También jugó Josué Martínez, Juan Diego Monge, Yosimar Arias, Christopher Meneses, David Guzmán y Roy Smith.

Cuando se examina ese encuentro surgen hechos insólitos como:

1.       Costa Rica falló dos penales. Uno fue pitado al minuto de juego. El segundo al minuto noventa.

2.       Periodistas salvadoreños narraron, en su país, que en San Carlos nadie sabía qué hacía la selección salvadoreña en ese lugar.

3.       Las entradas se vendieron en una zapatería. Eran sobrantes de un juego antiguo contra Trinidad y Tobago.

4.       En El Salvador el encuentro únicamente se miró por internet

5.       El árbitro del encuentro, el panameño José Luis Rodríguez de la Rosa, nunca antes había pitado un partido entre selecciones de fútbol. Extrañamente, unos meses después pitó otro encuentro amañado entre Cuba y El Salvador, jugado en La Habana.

6.       Cuando el periodista Rodolfo González de “7 Días” le preguntó, la noche del lunes, a Eduardo Li, sobre si había asociado los juegos de la selección costarricense a la mafia de las apuestas, éste dijo que “no”. Pero, las pruebas demuestran que Li miente.

7.       Sin citar los nombres de los mafiosos amañadores de juegos, y mucho menos la empresa de Singapur de Dan Tan, Li dice que en el partido jugado en San Carlos, en el 2010, “paramos la situación cambiando los árbitros porque nos querían imponer  africanos”. Esto es cierto. Los árbitros preferidos de los mafiosos son los africanos. Pero Li no explica de dónde obtuvieron un árbitro panameño sin experiencia que luego sancionó otro encuentro amañado de El Salvador.

8.       La versión de Eduardo Li sobre el supuesto cambio forzado y pedido  de un árbitro panameño por otros africanos que deseaban los mafiosos puede no ser tan cierta. Sobre todo porque Teletica.com tiene en su poder un correo certificado en un expediente judicial de El Salvador donde Joseph Ramírez, secretario general de la Federación Costarricense de Fútbol, en ese entonces, le escribe, el 5 de octubre del 2010 ( una semana antes del partido en San Carlos), a su homólogo salvadoreño: “Te deseo aclarar que en el momento que resuelvan, la situación con su contratista, me indiques para desconvocar a los árbitros que tengo en espera”. Es evidente que algo pasaba con los africanos y que Costa Rica estaba dispuesta a “desconvocar” a sus candidatos si llegaban a  San Carlos otros árbitros. Al árbitro panameño lo asistieron tres costarricenses.

9.       El periodista Rodolfo González le insistió, en su entrevista, a Eduardo Li si había sido partícipe de partidos controlados por los amañadores y apostadores. Esto le respondió: ”Nosotros nunca participamos de ese tipo de partidos amañados, fueron partidos de preparación para el Mundial 2014. Eso jamás”. Las evidencias dicen, sin embargo, que mintió.

¿Conoce usted a un empresario de Singapur llamado Dan Tan?

 No señor.

¿A otro que de nombre Wilson Rav ?

 No tampoco.

Enseguida aclaró Li: “Tengo desconocimiento Rodolfo sinceramente y si estuvo me imagino que permaneció  con la delegación de El Salvador porque ellos eran los que estaban pagando todos los gastos de viaje. No nos cobraron absolutamente nada”.

No fueron los jefes de la mafia singapurense los que estuvieron el 12 de octubre del 2010 en San Carlos. Fue el lugarteniente de los mafiosos , Gaye Allanesse, quien pagó, con dinero en efectivo, el valor de la contratación a los federativos costarricenses y salvadoreños.

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Incluso, Allanesse estuvo hospedado, durante dos días, en el hotel Intercontinental de Escazú donde pagó $760 por la habitación, la renta de un vehículo y los servicios de un chofer. Ahí se reunió con aliados del fútbol costarricense y luego viajó a San Carlos a observar el partido. Por eso es que nadie descarta que Gaye Alanesse hubiese pagado algo más que el valor de las selecciones.

Ganancias de $2 millones.

Costa Rica era, en ese momento, una plaza muy apetecida para enrarecer un partido de fútbol entre selecciones nacionales porque todas se transmiten por la radio y la televisión. Eso permite a los amañadores captar apuestas en línea y en tiempo real.

La mayoría de las veces no son los resultados los más valerosos. En ocasiones  se privilegia más un penal acordado al minuto 17 que un gol de tiro libre al final del encuentro. En línea se apuesta por expulsados, tarjetas, tiros de esquina y muchas otras cosas. Por eso es que en un partido amañado por mafiosos, la simultaneidad es oro.

Hace dos años, Eduardo Li confesó, ante el tribunal de Estados Unidos que lo juzgó,  que él recibió dádivas en algunos partidos de común acuerdo con un amigo que vivía en Miami. A éste no lo cita.

Li es, ahora, más parco que nunca. En las entrevistas que se le han realizado, en los últimos días, prefiere no hablar de detalles de sus contactos mientras manejó el fútbol costarricense entre el 2007 y el 2015.

Tal vez esa es la mejor forma que tiene Li para evitar que la gente conozca lo que realmente sucedió. Pero policías internacionales investigan, desde hace años, a los hombres que contrataron el juego de San Carlos.

Pero esa no fue la única ocasión en que los futbolistas costarricenses participaron en partidos arreglados. Guatemala fue otro puerto de atraque de las mafias de apostadores.